De las nostalgias absurdas II: Recoger hojitas...
I
Confieso que es el recuerdo, el ejercicio nostálgico; mi única y verdadera vocación. Conocí todas sus formas: albums de fotos, souvenirs, caracoles en repisa, atesorados papelitos, palabras escritas en las paredes y así; hasta aquella forma hoy olvidada que fue mi herbario
Herbario. Apenas se pronuncia y vuelve a nuestras mentes el soplo cargado de revelaciones que aireaba nuestra infancia. Eran aquellas hojas retorcidas y secas, el peor modo de iniciarnos en los ritos crueles con que Muerte y Avaricia nos van llevando a sus compartidas redes. ¿Qué es coleccionar, sino una forma sutil del horror vacuum; remoto escalón hacia el infierno?
Sí, tocábamos aquellas hojas –cuento con cierta complicidad- y nos llegaban, según el ángel de cada cual, siniestras inquietudes que La Forma Pura, cautiva y humillada, nos susurraba sin cesar. Hace tantos años que no me fugo a ningún rincón...
Jardín Japonés. Jardín Botánico de La Habana.
II
Todavía, sin embargo, es posible el susto de abrir un diccionario enfrascado una vez más en el sentido turbio de vocablo que nos intriga; y nos venimos de bruces ante cierta hoja o flor –pongamos que sea un modesto y grácil romerillo que una muchacha –a la mía la voy a llamar "aquella"- nos sembró para siempre en la memoria. inquietud.
5 comments:
Ah, los rincones! Las escapadas! O lo que fueron...
Mis largas y tediosas semanas en la Lenin encontraban en la fuga al Jardín Japonés un momento de paz casi mágica y sanadora, único acto de indisciplina que me permitía mi demencial senatez.
Apenas de pasar por el hueco en la cerca de la escuela, comenzaba la magia, dejando detrás la tediosa Comarca. El camino hasta el jardín bajo los árboles del bosque era casi un peregrinar místico, no libre tampoco del peligro de los jinetes negros. Las disímiles áreas del bosque, imitando lejanas geografías, hacían del camino un peregrinar épico, que parecía tomar deliciosas centurias.
Al fin se alcanzaba el templo japonés, fresco, solitario, tranquilo, secreto, con su estanque sin olas y su música de agua. Por un momento el paseo ritual alrededor del estanque, por el camino de limpia gravilla, prometía la paz.
En imperturbable silencio, desde la glorieta de madera, contemplé muchas veces el estanque, oráculo calmado, donde el atardecer anaranjado y las anaranjadas carpas dibujaban en el estanque presagios y arcanos. Eran carpas o era mi deseo de mistificarlas? Ayúdame Arcángel Gabriel!
Ah Lothlorien! Si hubiese conservado alguna de tus hojas místicas en uno de mis fracasados y exhaustivos herbarios!
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Creo que este blog es como un herbario donde el autor (o su intelecto) va pasando poco a poco las páginas amarillas y mostrándonos los delicados esqueletos verdes de las hojas del recuerdo.
Acaso sea también una manera de fugarme al jardín japonés, oculto ahora en el bosque del tiempo, acá desde el hielo (yelo), en medio del corporate america, mientras mis colegas se gritan el uno al otro exupéricas facts and figures.
Aparentemente sigo siendo demencialmente sensato.
Sólo faltó la dedicatoria, vaya momento para hacerlo... De todos modos, sin ustedes nada hubiera sido tan perdurable.
Para Shakespeare, El químico, El Viti, Yania, Wendy, Rafa, El Viejo, El York y Heriberto. Gracias.
Wcloister: Gracias también.
Omar:
Yo creo (y te leo siempre, quiere decir que me gusta lo que escribes anyway), que la hojita con la que andabas jugando cuando escribiste esto era de marihuana...
Besos.
Anónimo:
Creeme, no hay droga más perdurable que la nostalgía...
Omar: me encantó...
¿Te acuerdas de los pecesitos del jardín japones?
Lara
Muchacho, como es que puedes escribir así, o eres una persona con una sobriedad muy grande, o es verdad lo de la hierbita.
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