Saturday, September 30, 2006

Sunday, September 24, 2006

En el año del V Centenario aquel...

I
Llevaba 3 años viviendo en el Guiteras cuando pasé por primera vez por la Casa de la Cultura. Venía con mi papá de comprar sellos en COPREFIL de la calle Obispo -¡como perderme aquella colección de “los cetáceos” de 1984!- cuando la 21 lanzo un último suspiro en el mercado Vía Túnel.




En aquellos años (1985) aun el reparto era un lugar semidesierto, surcado por salideros de dimensiones amazónicas e insondables profundidades; sólo interrumpidos a veces por los matorrales de aroma y la impenetrable hierba de Guinea donde hoy están los “12 plantas”.

La calle frente al mercado estaba con sus 23 cm. de agua de albañal –los de rigor, era temporada de seca en aquel octubre- por lo que nos aventuramos por calles que nunca había visto. Mi papá me contaba que aquella era la zona del Guiteras donde tenía Batista su casa cuando de pronto se rompió el silencio de la breve tarde: estábamos cruzando un mar de aserrín de una obra cuando vi en plena calle una clase de guitarra animadísima y desafinada. Intentaban tocar La Bayamesa.
Nos acercamos a ver y allí estaba lo que yo tanto buscaba por aquel entonces: “Curso de Pintura al Gouache y Óleo” Averiguamos y el instructor me dijo que ya había pasado el plazo de la convocatoria, pero que si pasaba una prueba de aptitud el jueves siguiente, me aceptaría.

Eso ya estaba hecho, pensé. Después de haber pintado tantos “rollitos” de Voltus V y delfines del libro Mamíferos de Cuba, ya tenía mi puesto entre los más notorios pintores del Bahía.

II
Llegó el día de la prueba. Me había leido todo un libro de técnicas con gouache que me había prestado mi amigo Hubert, otro artista del rollito y reconocido esteta de Mazinger Z; así que no había nada que temer.



Tuve que pintar una guitarra y un búcaro en una silla. No había como ser Botero o Matisse sin pasar por esto…

III
El instructor no quedó muy convencido con mi galaxia de borrones y rayas. Pero mi papá lo convenció. No sé bien como, pero lo logró. Así que allí estaba yo tarde tras tarde aprendiendo acerca de mi poca capacidad para el arte gráfico. Pero era feliz. Me sentía parte de una secta. Mi amigo Hubert me miraba con ojos de admiración cuando le explicaba las técnicas del gouache y esotéricas nociones como punto de fuga y perspectiva. Cuando otros se iban a casa de Puppy Papalote a comprarse un “coronel”, yo me dedicaba en casa a mirar la “Gitana Tropical” y las reproducciones de Portocarrero y Ponce de León (fetiche del instructor que decía que todo aquello era que el hombre no tenía dinero para otros colores)

Poco a poco fui sustituyendo mi falta de vocación con horas y horas de práctica. Mi mamá enseñaba mis pastiches de Antonia Eiriz con ese sólido orgullo que sólo se siente por un hijo.

En la clase final, y bajo un aguacero de junio caliente y sonoro, el profesor trajo unas láminas de arte precolombino conque nos enseño a usar plantillas sobre el lienzo. Me quedé hasta casi las 8 PM intentando pintar sin éxito la Piedra del Sol, haciendo un intento tras otro logro un sol que recordaba al de la canción “Marinero Quiero Ser”.

Cuando recogía para irme a coger la 21, el instructor me dío la mano y me alentó a que practicara. Cogió unos pinceles, tres laminas, dos cajas de pinturas “Pelican” y unos 6 metros de lienzo. Hizo un paquete con hojas de Bohemia, que abundaban en el estudio, y me dijo: “En Octubre cuando empieces segundo, quiero ver un Quetzacoatl, no una ballena con dientes” y se echó a reír.

Me convencí que no debía coger más los pinceles. Al llegar a casa, guardé el bulto atrás de unos libros y di por cerrado mi capitulo pictórico.


IV
Pasaron los años. Hubert se fue a un tecnológico a estudiar Diseño Industrial y yo a duras penas sacaba la asignatura de Dibujo Técnico de tanto tiempo que le dedicaba a la poesía de Vallejo, los autores del realismo socialista, O´Neal y Faulkner. También a las muchachas de doce grado de la generación de los 6 años, élfica fuente de sabiduría que descubrí en el comedor de la Unidad 1 y sus largas colas del comedor.

Si, Shojolov proponía lo que me parecía un “hombre de verdad” y “La Madre” de Gorki resultó ser un tremendo libro que las muchachas de doce –no recuerdo haber ido tras un canto de sirena como este, lo sabían todo y yo quería aprender- no dejaban de mencionarme. Mi primo, Hubert y todos los que conocí en la secundaria fueron reemplazados por estas nuevas compañías que lo mismo me enseñaban a bailar una rueda de casino que entender los versos de Vicente Huidobro. Yo repetía mis Quetzacoatl en las libretas, ahora que habia dejado atrás mis deseos de saber pintar, las ballenas con dientes pasaban por dibujos de alguna calidad. Me divertía en el fondo del D4 enseñando aquellos bichos mientras ponian a U2 en la UNITRA 74 de la Unidad.

También me hablaban de Iron Butterfly o de que Al Stewart cantaba un “Year of The Cat” que ponía buenas las fiestas; no ese Air Supply que era una versión de baja calidad de los Bee Gees.



Yo creo que sólo lo decían para verme defender con sentimentalismo aquella ancla sonora a mis amigos de la secundaria, pues cuando las muchachas se marcharon con sus pullovers de XV Graduación se llevaron el recuerdo de una Air Supply Session que se organizó en la Unidad 1 y que con lágrimas corearon el “The One That You Love” de tantos laboratorios de inglés que aun recuerdo y recordaré. Alguna ballena con dientes se escabulló en mis autógrafos de despedida.

No me da pena decirlo: a veces creo que la muela bizca la escriben aquellas personas que conocí en aquellos años, y yo sólo soy un médium flexible a sus voces; que vienen del pasado a recordarme que mi bosque preferido se llamaba “de la Amistad”...


V
Cuando me gradué me vi sin mucha “ropa de calle”. Mi madre reunió pesos y retazos en un intento de hacerme lucir lo mejor posible. De aquel inventario y requisa resucitaron los metros de tela de lienzo que habían dormido durante años acumulando polvo y fragilidad. Los pantalones de McHammer estaban de moda y el lienzo teñido no quedaba tan mal…



VI
En la Universidad todos los caminos llevan a Coppelia. Una tarde de 1992 había un calor insostenible cuando Zenia y yo nos fuimos a comer unos helados. La cola era infinita, asi que empezamos primero ella y luego yo el inventario de las caras que te puede quitar 3 horas bajo el sol.

Allí estaba Hubert, a sólo hora y media de los helados.

VII
Estuvimos toda la tarde hablando. Me contó que lo habían elegido por la UJC a viajar a México. Era algo llamado Aventura ’92 y que en esencia había sido un viaje en un barco llamado J.J. Sister por varios países. Las anécdotas se sucedían; pero al final fue llegando el lugarcito y el espacio para recordar los rollitos, los charcos del Guiteras y nuestros risibles ideales de pintores.

También había traído Hubert dos mochilas de ropa que le habían regalado. Así que luego de dejar a Zenia en casa, volvimos a cruzar el acuático Guiteras para ir a ver un pitusa negro y dos camisas que según Hubert me quedarían mortalísimas…

Oíamos Air Supply y mirábamos las hierbas de Guinea moverse en su perenne danza.




VIII
Hubert me compró el lienzo y yo la ropa, quedamos empatados.

El lunes siguiente me estrené el pullover, pocas cosas he llevado puestas con tanta satisfacción…



Era una Piedra del Sol en colores dorado-amarillo sobre un fondo negro. Igualita a la camisa de Russell Hitchock en The One That You Love, pero en vez del tigre estaba la piedra.

Y abajo una glosa salida del más negro humor mexicano:
MECAGÜEN EL V CENTENARIO

Saturday, September 23, 2006

Roadmovie: El Yoyin en Via Blanca

La Muela Bizca proudly presents una vez más por cortesia de Gautier Prod, un roadmovie en la Vía Blanca. Coger botellas... en fin, la nostalgía lo embellece todo.

Asi que, un piquete, un origen:



y un objetivo: Matanzas



El final, que lo cuente Yoyin...

Friday, September 22, 2006

Si la Muela Bizca tuviera un himno...



No
No tengo que cerrar los ojos para ver
Para ver aquella tarde en que Noel y yo cantábamos
Y nos interrumpían pidiéndonos
Canciones de Manzanero

No
No tengo que cerrar los ojos para ver
Para ver las servilletas del Hotel Nacional
Decorando el Congreso Cultural
Que las pusieron lindas casi psicodélicas y todo
Pero ahora se han descosido
Las puntas y ya no es fresco comer ahí

No
No tengo que cerrar los ojos para ver
Para ver las medias de hilo tan mal hechas
Que se hacen las muchachas
Que no pueden ir a Londres a comprarlas

No
No tengo que cerrar los ojos para ver
Para ver a los pobres muchachitos
Que arreglan como pueden sus pantalones
Y los convierten en campanas
Sordas o sórdidas

No
No tengo que cerrar los ojos para ver
Lo mal que tiñen nuestros tintes
Que se le caen de la ropa a las muchachas
De cintas que quisieran ser tan brillantes
Como el eastman-color
Porque quien que haya visto
"Juego de masacre" no ama el color para siempre

No
No tengo que cerrar los ojos para ver
No tengo que cerrar los ojos para ver
Lo que es nuestra moda a go-go
Nuestros peinados
Nuestros estilos de bailar siempre a la
Retaguardia de cualquier extranjero

No
No tengo que cerrar los ojos para ver
No tengo que cerrar los ojos para ver
Que nuestros jóvenes
Quieren esas cosas
Que para verlas tengo que cerrar los ojos
Y pensar el futuro
No tengo que cerrar los ojos para ver
No tengo que cerrar los ojos para verlos
Ahora a ustedes apenas dentro del pequeño espacio
De mi guitarra rompiéndose el alma y las manos
Para vivir en un país de buenas servilletas
Pantalones de campanas sonoras
Y colores que hagan palidecer a Europa
A Europa misma, sí
A Europa
¡No tengo que cerrar los ojos para ver!

Silvio Rodríguez (1969)

Saturday, September 16, 2006

El chistecito y la járana

I
Había una vez un programa llamado "El programa de Ramón".
Había una vez que hicieron un chistecito:

Entra un hombre a una tienda y pregunta a la empleada:

- Oye mi niña, tu
tienes ahi un perfume bueno bueno, mira que tengo que hacerle un regalo a la
jeva

la empleada lo mira de arriba hacia abajo y le dice:

- Mira
mijo, guele ete a ver si viene bien, anda.

El hombre destapa el frasco y
luego de olfatear impudicamente pregunta:

- Oye mi niña, ¿y esto cuánto
vale?
- 80 pesos mijo

El hombre pone expresión contrariada.

- Oye mi niña, ¿y esto que cosa es por dios?
- Mira mijo, eso e un
Alicia Alonso, ¿tú me oistes tuniño? Un Alicia Alonso.

El hombre mete la
mano en el bolsillo y pone un billete de 3 pesos sobre el mostrador.



- El Hombre sonríe satisfecho: mi niña, ¿Y no tienes por ahi un Rebeca Martinez?



II
Con la járana, se acabo el programa. Para siempre. Como dirian los Van Van, Chirrin Chirran...

Friday, September 15, 2006

Fito Paez y Mister Postman

I
En 1986 nadie rompía un micrófono, nadie se tiraba sobre un piano. El Karl Marx era tan solemne como una tribuna y los de mi generación no podiamos creer que alguna vez ahi Billy Joel había cantado su "Only the Good Die Young" ante los que alguién había marcado como inmunes al diversionismo ideológico.

El 1978 es algo turbio en mi memoria. Recuerdo el primer TV en colores que haya visto transmitía una verdosa inaguración. Aquella malententdida flor que proliferó en la avenida Salvador Allende (nombre que sólo tiene en el mundo triste de los papeles y la burocracia, en el de los amigos y las citas siempre fué Carlos III) se me quedó en la memoria el conmovedor día que subí la escalinata de la Universidad. Yo no sabía aun escribir ese día que mi padre me mostraba orgulloso su recien ganado título universitario. Mi papá cantaba en L´Ward algo que luego supé que era Mister Postman de los Beatles y yo secuestraba una lagartija de entre los marpacificos.



Nos reiamos mucho en 1978. A lo mejor eran los colores de la flor.

II

Nadie conocía a Fito. Mi invencible primo si. Luego de discutir entre irnos al "Felix Elmuza" (otra vez los rebautizos) a ver a los "breakers" echarse sus retos o ver a este argentino salido de dios sabia donde. Ese día, como siempre, llovió.

Llegamos al final al Carlos Marx. Y ahi estaba Fito que parecía haber venido desde Argentina hasta la Habana bajo el agua que caía fuera.

Se hizo el silencio de los conciertos severos. Todo de rigor marcial.

Se encendió la luz y sobre el piano, con ademanes inauditos; Fito llegó a mi vida dando giros... Mi padre lo veia en la TV y se reía pensando un "ese argentino esta loco", con dedito en la sien y todo.



III
Al final la flor de cinco colores terminó dando un raro fruto: la Globalización, a Fito... Bueno, la verdad es que lo extraño de cuando era "El Fito", como lo bautizó mi primo.

Mi padre se retira, menos mal. A ver si tiene tiempo de ir a ver las lagartijas y los marpacificos.
Julian del Casal y El Yelo
(Aftermath I
)


Ya hasta una lata vacia carga con su propio Karma: dios mio, el aluminio se
recicla y lo que hoy es una lata de Ciego Montero, mañana será de Coca Cosa...
Marcelo de la Madre Patría


I
Hoy ha llegado ese día en que yo, Casal del Yelo, he recibido por correo un paquete de Ottawa informándome que mi aplicación de ciudadanía ha sido recibida. Después de haber vivido tres años y un día en Toronto como residente, pagando cívicamente mis impuestos y sin delinquir, soy elegible como posible ciudadano. El proceso tomará de 12 a 15 meses después de los cuales seré llamado para verificar mis habilidades con el idioma, mis conocimientos de historia canadiense y hacer mis votos de fidelidad a Canadá, luego de lo cual seré elegible para un pasaporte.

Cuando leo o escucho las historias de otros emigrantes, cubanos o no, me doy cuenta de cuan sencillo fue mi proceso de migración. Historias de fugitivos azotados en la espalda en juicios sumarios; historias de familias peregrinando las selvas de la Panamérica con sus hijos en brazos, sorteando serpientes ponzoñosas y tropas guerrilleras; historias de tiernas adolescentes, engañadas en su inocencia, robadas de su infancia y vendidas como esclavas; historias de amores separados por los mares y el tiempo con la promesa platónica de amarse sin que los cuerpos se besen.

Tantas historias de gentes que arriesgan tanto, que ofrendan tanto a la incertidumbre con tal de venir al Nuevo Mundo a recomponer sus vidas. Frente a todos estos heroísmos mi historia de emigración se me presenta como banal, mis protestas, majaderas, y la ciudadanía menos merecida.

Oh, Canada –sin tilde en la a - yo no soñaba contigo!. Yo no pensaba en ti, yo ni siquiera sabía que te decían El Yelo. Para mi eras solo la extensión de Estados Unidos, un poco más fría y mucho más desierta; el bosque de cedros a donde los hombres barbudos se iba a trabajar como leñadores para ganar dinero; un preámbulo verde del Polo Norte; el jardín difuso al sur de los iglús.

Canadá, con su bandera roja y blanca, su sirope de arce y su policía montada, no tenía nada que ver con mi historia, hasta que un buen día sin yo esperarlo, un amigo que se había quedado en un viaje, haciendo honor a la vieja amistad que nos unió en Cuba con esa fidelidad que solo se encuentra en las novelas de capa y espada, me propuso ayudarme a emigrar a Canadá.

Es cierto que el proceso duro 2 años y es cierto que me pareció interminable, pero donde quiera que encontrara una traba, tuve un amigo que me ayudara a salvarla, y si no lo tuve, bastó con tener paciencia y esperar. Nadie me persiguió viciosamente; ningún peligro amenazo mi vida; nadie me forzó a trabajar por migajas; ningún amante se quedó agitando su pañuelo por mí en el puerto.

Pero aun así, cuando trato de recordar el proceso o la partida, el primer sentimiento que aflora en mí es la ansiedad, el segundo la angustia y juntos invocan a la tristeza que me ha acompañado en estos últimos tres años de mi vida.

En el paquete de Ottawa incluyeron un folleto con la información básica que debo aprender: la historia de Canadá simplificada y mis responsabilidades como ciudadano. En su carátula satinada ondea la bandera roji-blanca con su hojita de arce.

“Oh Canada, si ya he perdido mi patria una vez, serás capaz de creer mis votos de amor cuando recite de memoria las 15 páginas?” Los acordes de Satie vuelven a mis oidos...







II
Como ya dijo el autor de “Cartas a Eduardo”: decir adiós a La Isla es un acto de pujanza dolorosa. No lo quiero recordar. No quiero recordar tantas despedidas amargas, tantos lugares de los que uno se tiene que arrancar y alejarse paso a paso como sacrificio expiatorio, prueba de fuego, expresión extrema de la seria vocación de emigrante.

No quiero recordar a mi amiga la Rata descalza, irse poniendo pequeña en la puerta de su finca diciéndome adiós, mientras yo tengo que seguir alejándome, volviéndome a cada segundo para verla, con las lágrimas escondidas detrás de las gafas, cada vez más pequeña y mas lejana, para luego seguir andando, con las sandalias pesándome como plomo.

No quiero recordar la triste, feliz y breve velada de mis amigos los Ciervos, donde si viví el dulce-amargo de las muertes anunciadas; donde el tiempo fluyó demasiado de prisa y no supe bien si quería conversar o sólo quedarme abrazado a cada uno de ellos en silencio por largo rato.

No quiero recordar el decir adiós a mi madre, ni recordar como me fui “arrastrando la maleta absurdamente, mientras esta mujer que me ama tanto sonreía amargamente y temblaba por no llorar".

No quiero recordar el último café en el aeropuerto, la última confesión desesperada de creer que estaba errado, ni la voz tranquila de mi tía tratando de darme ánimos.

No quiero recordar el último beso a mi padre antes de pasar a la aduana en el aereopuerto, ni el decir adiós con la mano entumecida antes de pasar por aquella puertecita infame - portal del adiós definitivo - esa frontera de cartón tabla que separa lo que fuimos de lo que ya no le quedan a uno ganas de explorar.

No quiero recordar la espantosa ventana de cristales desde donde mi familia seguía diciéndome adiós, mudos, lejanos, última imagen sádica de lo que se entrega, de lo que entonces se presenta como un gran error, el gran error, amargo y fatídico; ni como yo me volvía a cada tres pasos y aun cuando solo les veía los pies, seguía agitando la mano por si lograban verla.

Nada de esto quiero recordar. Quiero llorarlo por última vez, bien profundamente, y quiero que el recuerdo se ahogue en mis lágrimas. Que se extinga, que se lave, que se borre de mi memoria. Quiero que mi ángel de la guarda me bendiga con esta pequeña amnesia, que me regale esta pequeña dosis de ignorancia.

De la partida, solo quiero recordar el día anterior, cuando fui con mi primita a la playa. Quiero recordar lo feliz que Adriana estaba, su risa infantil y su tos divertida cuando tragaba agua salada. Quiero recordar cuando la enterré en la arena y le moldeé una cola de sirena adornada con algas. Quiero recordar el sabor a sal y piedra en mis labios, el agua escurriéndose bajo mis pies y la calidez de su mano en la mía - tan infantil - mientras caminábamos por la orilla del mar en silencio.

Quiero recordar el sol en mis hombros, el sonido de las olas, y el pelo de Adriana, lleno de arena. Algunos dias son bellos sólo porque logro volver a recordar, sonriente, su rostro...

Thursday, September 14, 2006

Amanece: un cumpleaños...

Yoyin nos regala un amanecer desde el puente de Bacunayagua.



¡Qué amanezca este 14-09-2006!

Más videos de Yoyi aqui

Tuesday, September 12, 2006

La imaginaria banda sonora que me pide esta mañana...

Me fascinan los trenes. Hoy, como tantas mañanas me he levantado recordando los lejanos silbidos de los que pasaban el patio de locomotoras de Luyano. Daba igual en que lugar de la Habana estuviera, con tal que hubiera madrugada y silencio. Alla lejos, en Luyano, los trenes hacían la madrugada un poco mía.

Los trenes me llevaron a ver Santiago y sus congas, las aguas limpidas del Caburní, la mañana brumosa de Trinidad y tantos lugares que a cada rato me devuelve el silencio de la noche donde ellos ya no están. Me cepillaba los dientes y pensaba como, con su peculiar encanto, uno de ellos me llevará hasta Atocha; lejos de aqui y en ese Madrid que he aprendido a querer como patria adoptiva...



Y en mis auriculares Los Prisioneros... Se habla tanto de muerte y terror -y no en balde. Los trenes de Madrid aparecen en los telediarios como simbolo de la triste historia de derrumbes que evocan. La Torre que se derrumba en el Tarot es un simbolo terrible y definitivo que pusieron en nuestro seguro azar.

Para todos los que viajamos en sus entrañas, como Jonás por la ballena, un canto de alegría a la Vida; para que no gané la Torre la oportunidad de reflexión matutina de viajar en tren...


Sunday, September 10, 2006

Living On My Own: 1991


I
Acababa de salir del monocromático azul de la Lenin en Junio del 1991; las calles estaban llenas de unos bichos llamados Tocopanes y el airecito del verano se llevaba mejor –decían- con las camisetas OA (Ocean Atlantic) de aquellos colores fosforescentes y los “prelavados” eran un Standard de facto. Para mi, francamente eran desagradables…



Era junio del 1991. El tocopán se veía por todos lados. Las luces de la ciudad cambiaron del blanco color de las lámparas de mercurio al definitivo amarillo mortecino del sodio. El ahorro... O eso decían los manuales de la Westinghouse que me había comprado en ese entusiasmo polillero que me entró antes de empezar la carrera.

Recuerdo que mis amigos y yo habíamos estado todo el final de doce grado oyendo a Mahler, Bethoveen y Mozart en la biblioteca de la Unidad 4. Monocromático, con la Ingeniería Eléctrica en la CUJAE por comenzar y aferrado a los clásicos: mala combinación para empezar los ‘90s.


II
En la beca desarrollé una imaginaria vida post-beca donde los lunes iría al cine, el martes al teatro, el miércoles a Bellas Artes…

Era imaginaria, sin dudas.

Pero no niego que se estuvo cocinando en mis noches del D4 durante años. Tenía el objetivo claro de ver mucho cine, ir a Bellas Artes a deleitarme con los ochenteros cuadros de Arte Calle y todas aquellas otras trasnochadas vanguardias de las calles Galiano y luego 23. Y por supuesto, oír a mis recién descubiertos Mahler y Prokofiev en el Mella, cada mañana a las 11 AM y por sólo 2 pesos.

Cual no fue mi sorpresa al ver como habían desaparecido casi todos los cines. Y algunos teatros. Y algunos parques. Y Mahler. Y todo lo que no fuera sudor, entusiasmo atlético en su más pura expresión. El dios LPV y el Tocopán estaban poniendo un cerco a mis sueños de becario recién liberado...


III
El primer mes en la CUJAE no ayudó tampoco. A los que veníamos de la Lenin y la Humboldt 7 nos alentaron abiertamente a no asistir en septiembre a la universidad. Se iban a dar unos “cursos de nivelación” Me vi con muchísimo tiempo libre.

Una tarde, una muchacha “de las de la calle” me prestó unos discos de Enya y Clannad. Empezamos a fugarnos a las polillas del Vedado y El Mónaco. Nos fuimos a su casa y empezamos a vivir desaforadamente un septiembre de agradables temperaturas, mucha música y nada o casi nada de matemáticas o física. También hubo mucha fiebre y vagabundeo, las bondades de la edad permitían casi todo…

Cansados de vagabundear y pasarnos tardes enteras en la Biblioteca Nacional, leyendo a James Frazer -su “Rama Dorada” la discutíamos ardientemente en la 130 y la 201 en esos pocos días que íbamos a la CUJAE- otras tantas se nos iba la tarde viendo aquella inagotable colección de libros de pintura que estrenaba la Sala de Adultos. Así fue cómo un día vimos en el antiguo cine City Hall un cartel anunciando el estreno de una Discote; con esas coquetas letricas que llenaban la Habana en los tiempos de Robainita.

Al final, una prima de mi amiga logró las entradas y nos fuimos la tarde del viernes 27 de septiembre del 1991 con muchísima curiosidad a celebrar mi próximo cumpleaños. Al entrar, era el City Hall de siempre; pero sin butacas y con un audio de intensidades desconocidas hasta ese entonces para nosotros. En el centro de la sala, media facultad de arquitecta saltaba con She is Homeless de Crystal Waters.




IV
Es una de las mejores noches que he pasado en mi vida. Mozart y Bethoveen nos miraban ceñudos dar rienda suelta a nuestra traición, pero la pasábamos tan tan bien con aquel bodrio de la Maquina Total 2… Los colores, las luces y las feromonas trabajan un sórdido suspenso en Calculo I de mi amiga.



V
Mi amiga suspendió el primer año. Se tuvo que aplicar y me quedé sin compañía en mis vagabundeos cada vez más frecuentes. Los cines seguían desapareciendo. El Rex, Duplex, Capitolio y Koloso ya habían desaparecido hacía tiempo, le tocaron pues al Atlas, City Hall y otros tantos. Los cines se convertían en las llamadas DiscoTKs. Los agromercados, atacados por el mismo maléfico hechizo de la escasez, mutaban en las oscuras DiscoViandas…



Recuerdo un día que me bajé de la entonces casi extinta 217. Freddy Mercury en el antiguo Cabaret Hanoi de Alamar, ahora devenido Discovianda de la Facultad de Geografía de la UH, lanzaba gritos en un remix estridente de Living On My Own.



Sometimes I feel I'm gonna break down and cry (so lonely)

Nowhere to go, nothing to do with my time

I get lonely, so lonely, living on my own

Sometimes I feel I'm always walking too fast (so lonely)

And everything is coming down on me, down on me

I go crazy, oh so crazy, living on my own (living on my own)

Dee do de de, dee do de de

I don't have no time for no monkey business

Dee do de de, dee do de de

I get so lonely lonely lonely lonely yeah Got to be some good
times ahead

Sometimes I feel nobody gives me no warning

Find my head is always up in the clouds in a dream world

It's not easy living on my own, my own, my own

Dee do de de (lonely), dee do de de (lonely)

I don't have no time for no monkey business

Dee do de de, dee do de de

I get so lonely lonely lonely lonely yeah

Got to be some good times ahead



Dee dup de dup de dup... .. .come on baby!

Dee do de de, dee do de de

I don't have no time for no monkey business

Dee do dc de, dee do de de

I get so lonely lonely lonely lonely yeah

Got to be some good times ahead

Dee dup de dup de dup, hey...

Living on my own, living on my own

Living on my own, living on my own, oh!




VI
Eran los Noventa, el Periodo Especial. Por Cuba campeaba el fantasma llamado Opción Cero, no aquel otro que recorriera Europa. Mi amiga y yo dejábamos casi de vernos…

Pero a veces pasaban los ruteros y entrábamos, felices, a oír a Mahler en el Mella de la mano de Brouwer. Hasta que un día llegó J. Sabina.



Y es que no hay canción que me recuerde tanto aquellos años y nuestros vagabundeos, amiga; como aquel “Quién me ha robado el mes de abril” del concierto donde por última vez nos vimos.

El Karl Marx nunca sucumbió a ser una DiscoTK. Menos mal.