Wednesday, June 06, 2007

Recapitulaciones I. Voy... por la vereda septentrional

Para tí, que sigues volviendo aqui...

“Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el fondo de mí para encontrarte.”
J. J. Arreola


I
Nunca he contado de “Mis primeros días” No fueron los más duros. Ni los segundos ni los terceros. Todo llegó cuando empecé a reflexionar a lo grande, con esa concentración que te da estar todo un domingo en casa sin nada que hacer ni que preocuparte luego de años de stress y carencias. Me miré en el espejo y lo vi claro: era un gusarapo. Persistente, desesperado, insomne y a ratos dándome el lujo de desvelos metafísicos. Mi estrategia consistía en luchar y respirar confinado dentro de una gotita, sin crecer ni nadar; apenas viviendo, esperando algo así como llegar a ser sapo, para después poder ser príncipe.

Pensaba también en quedarme como una bandera de desfile; que si lanzaba mi cuerpo hacia todas partes tal vez no me desprendería nunca del asta.



II
Pero hay cosas que se quedaron. Y las quiero contar. Voy a seguir llenando la acerita.

Tuve un día una pesadilla que no olvidaré: soñé con un hombre viejo sentado en un banco junto a un quiosco de prensa.

Aquel viejo se sentaba durante una infinita mañana con su pipa y una bolsa llena de juguetes en aquel banco que quizás me recordaba a uno junto al Cementerio de Regla. Allí hacía unos ejercicios algo raros, un indefinido movimiento de brazos. En el sueño sentía una frialdad que me llenaba el pecho –tan exaltada estaba mi imaginación aquellas noches que creía verlo remar hacia el cementerio- viendo a su vez grotesco e incomprensible el pelotón de viejos que cada día hacían colas interminables por el periódico que vendían en un kiosco. Era como una especie de lotería, en mi imaginación, donde el no premiado con un periódico iría para el Reparto “Bocarriba” y los que lo obtuvieran… se iban a casa a rumiar tristemente esos papeles que hablaban de un mundo remoto e inalcanzable..

Y de pronto el quiosco era una gran cola de extranjería. La metáfora se disipaba. El sueño iba haciéndose espeso y empezaba a ver rostros conocidos, llenos de angustias. Los periódicos eran los esquivos papeles que todos buscábamos y en el quiosco adivinaba una bandera de la Madre Patria cubriendo el mostrador de la mesa. El vendedor no tenía rostro y sólo veía su mano dar el periódico o decir un incompasivo no a los suplicantes que no ponían sobre el mostrador lo que se pedía.

Algunos proponían para el trueque un amor de toda una vida, otros un reloj de arena que contenía sus recuerdos e ilusiones de antaño… Una muchacha de la cola ofrecía a cambio de una pequeña tarjetita una caja de cuadros de pinturas del Valle de los Ingenios –suyas y llenas de color- cuando la mano señaló a otra que venía detrás con una carreta llena de juguetes viejos y dos pequeñas campanitas a cada lado…

De pronto el frío se hizo intenso y al mirar al quiosco, el rostro del viejo suplantaba mi cara en el reflejo. Me desperté asustado y lleno de sudor frío en una cama extraña de una casa extraña de una ciudad extraña en una mañana donde caía una leve lluvia. Ese día no pude desayunar. Una lluvia extraña, por cierto. Fría como la nostalgia...