I
Llevaba 3 años viviendo en el Guiteras cuando pasé por primera vez por la Casa de la Cultura. Venía con mi papá de comprar sellos en COPREFIL de la calle Obispo -¡como perderme aquella colección de “los cetáceos” de 1984!- cuando la 21 lanzo un último suspiro en el mercado Vía Túnel.

En aquellos años (1985) aun el reparto era un lugar semidesierto, surcado por salideros de dimensiones amazónicas e insondables profundidades; sólo interrumpidos a veces por los matorrales de aroma y la impenetrable hierba de Guinea donde hoy están los “12 plantas”.
La calle frente al mercado estaba con sus 23 cm. de agua de albañal –los de rigor, era temporada de seca en aquel octubre- por lo que nos aventuramos por calles que nunca había visto. Mi papá me contaba que aquella era la zona del Guiteras donde tenía Batista su casa cuando de pronto se rompió el silencio de la breve tarde: estábamos cruzando un mar de aserrín de una obra cuando vi en plena calle una clase de guitarra animadísima y desafinada. Intentaban tocar La Bayamesa.
Nos acercamos a ver y allí estaba lo que yo tanto buscaba por aquel entonces: “Curso de Pintura al Gouache y Óleo” Averiguamos y el instructor me dijo que ya había pasado el plazo de la convocatoria, pero que si pasaba una prueba de aptitud el jueves siguiente, me aceptaría.
Eso ya estaba hecho, pensé. Después de haber pintado tantos “rollitos” de Voltus V y delfines del libro Mamíferos de Cuba, ya tenía mi puesto entre los más notorios pintores del Bahía.
II
Llegó el día de la prueba. Me había leido todo un libro de técnicas con gouache que me había prestado mi amigo Hubert, otro artista del rollito y reconocido esteta de Mazinger Z; así que no había nada que temer.

Tuve que pintar una guitarra y un búcaro en una silla. No había como ser Botero o Matisse sin pasar por esto…
III
El instructor no quedó muy convencido con mi galaxia de borrones y rayas. Pero mi papá lo convenció. No sé bien como, pero lo logró. Así que allí estaba yo tarde tras tarde aprendiendo acerca de mi poca capacidad para el arte gráfico. Pero era feliz. Me sentía parte de una secta. Mi amigo Hubert me miraba con ojos de admiración cuando le explicaba las técnicas del gouache y esotéricas nociones como punto de fuga y perspectiva. Cuando otros se iban a casa de Puppy Papalote a comprarse un “coronel”, yo me dedicaba en casa a mirar la “Gitana Tropical” y las reproducciones de Portocarrero y Ponce de León (fetiche del instructor que decía que todo aquello era que el hombre no tenía dinero para otros colores)
Poco a poco fui sustituyendo mi falta de vocación con horas y horas de práctica. Mi mamá enseñaba mis pastiches de Antonia Eiriz con ese sólido orgullo que sólo se siente por un hijo.
En la clase final, y bajo un aguacero de junio caliente y sonoro, el profesor trajo unas láminas de arte precolombino conque nos enseño a usar plantillas sobre el lienzo. Me quedé hasta casi las 8 PM intentando pintar sin éxito la Piedra del Sol, haciendo un intento tras otro logro un sol que recordaba al de la canción “Marinero Quiero Ser”.
Cuando recogía para irme a coger la 21, el instructor me dío la mano y me alentó a que practicara. Cogió unos pinceles, tres laminas, dos cajas de pinturas “Pelican” y unos 6 metros de lienzo. Hizo un paquete con hojas de Bohemia, que abundaban en el estudio, y me dijo: “En Octubre cuando empieces segundo, quiero ver un Quetzacoatl, no una ballena con dientes” y se echó a reír.
Me convencí que no debía coger más los pinceles. Al llegar a casa, guardé el bulto atrás de unos libros y di por cerrado mi capitulo pictórico.
IV
Pasaron los años. Hubert se fue a un tecnológico a estudiar Diseño Industrial y yo a duras penas sacaba la asignatura de Dibujo Técnico de tanto tiempo que le dedicaba a la poesía de Vallejo, los autores del realismo socialista, O´Neal y Faulkner. También a las muchachas de doce grado de la generación de los 6 años, élfica fuente de sabiduría que descubrí en el comedor de la Unidad 1 y sus largas colas del comedor.
Si, Shojolov proponía lo que me parecía un “hombre de verdad” y “La Madre” de Gorki resultó ser un tremendo libro que las muchachas de doce –no recuerdo haber ido tras un canto de sirena como este, lo sabían todo y yo quería aprender- no dejaban de mencionarme. Mi primo, Hubert y todos los que conocí en la secundaria fueron reemplazados por estas nuevas compañías que lo mismo me enseñaban a bailar una rueda de casino que entender los versos de Vicente Huidobro. Yo repetía mis Quetzacoatl en las libretas, ahora que habia dejado atrás mis deseos de saber pintar, las ballenas con dientes pasaban por dibujos de alguna calidad. Me divertía en el fondo del D4 enseñando aquellos bichos mientras ponian a U2 en la UNITRA 74 de la Unidad.
También me hablaban de Iron Butterfly o de que Al Stewart cantaba un “Year of The Cat” que ponía buenas las fiestas; no ese Air Supply que era una versión de baja calidad de los Bee Gees.
3 comments:
Hmmm, me gusta el blog. Muchas experiencias similares a todo o casi todo de lo que escribes he tenido yo tambien. Bueno, quien no, viniendo de Cuba?
Lo unico que me preocupa es saber si en realidad tu saliste a la calle alguna vez con esos pantalones a la Hammer. Esa si debe haber sido una experiencia "de truco". Jajaja. Por esa etapa no pase yo; bueno, depende de los gustos, claro. Pero escuchar U2 y los demas grupos y ponerse unos sacos de papas como esos no harian muy buena mezcla jajaja. Yo tuve mi "tiempito" tambien: alrededor de 1985-1986 me ponia mis zapaticos Amadeus, pantalones de pliegues cheitos y camisitas con corbata de cadetes (presillada para que luciera finita) y gafas que alguna vez uso un ciego para ir a las fiestas donde ponian Johnny o Juanito como le llamaban a la musica y baile de moda -bastante "cheo" por cierto, pero era la "moda". Lo mas gracioso es que me pasaba el resto del tiempo escuchando todo tipo de grupos heavy metal y rock clasico de los 70...
Hablando de contrastes...
No sólo salí a la calle... Una vez fuí con unos amigos al "Turquino" en el Habana Libre. Era el 22 de diciembre de 1990 (hubo foto digitalmente fechada, morti mortalisima ;)) y en la escalinata tocaba Moncada, con lo cual la calle 23 estaba llena de "jóvenes de vestir alternativo" . Y mis amigos yo en el Turquino donde todo el mundo iba con trajes con aquellos pantalones abombachados...
Recuerdo que cantó Valladares lo del "Millón de amigo" y la pachanga y burla que le montamos fue tal, que el que dirigía el show dijo algo así como "vaya vaya, como esta la gente del Phiwe..." ¿Un bochorno? Qué va!!
;)
Que tiempos...
Hay que reconocer que eran tiempos muy ingenuos; por cierto, si hay rockeros por aquí, ¿no se acuerdan de cuando había concierto en Diez de Octubre, de no me acuerdo el grupo aquel (¿Venus?) y cerca en algún pre, tocaban salsa, y a la salida había pelea entre los "cheos" y los "rockers"; y peor si algún negrito amigo era rocker, porque era todavía más "traidor" (para los otros, porque a mí los que me gustaban eran los de pelo largo, aunque mientras más largo el pelo más sufrían los pobres de poco cerebro. Pero a mi no me importaba eso entonces que pa' eso es uno adolescente).
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