Tuesday, August 08, 2006

Alamar

I
No sé, hoy me acorde de tí y de cierto cuaderno a rayas. De como me senté a tomarme un te de cáscara de naranja. De los flamboyanes y la tremenda y ruidosa cola de muchachos para entrar a las clases de aquella cuevita presidida por el nombre terrible de Antonia Eiriz donde tantos estrenamos pinceles viejos.

Recuerdo la tontería de mi pseudónimo inútil y el libro de Spinoza en mi maltratada "zunka" de la secundaria. Releer libros viejos es así... A veces una vieja hoja amarillenta nos devuelve una madrugada en la parada.





II
Escribe, escribe...


Me planto cara a cara y cobijo mis más terribles pulpos. Les pregunto: ¿De dónde sale este barro mío; pegote y no cerámica –entiéndase hediondez, no ladrillito?

¿Sopla para alguien que no sea yo éste viento de 1993, corcel de todas las colillas, plumas y polvorosa turbiedad?

Por todos los lados del boulevard los amantes casi se raspan a besos. Yo raspo mis suelas en tus losas. Luego me defino en un poema que inmediatamente libero y ninguna papelera quiere acojer.

Entro en la Casa de la Cultura. Ante una peña curiosa e incrédula me desnudo y nadie ve sino tropos, por miles. Nadan en que si polisíndeton, pleonasmos, paronomesia, aliteración, sinécdoque; y así hasta recorrer el repertorio todo de las verdaderas malas palabras, el panteón de la caca académica.

Hasta metonimía dicen que tengo en la poesía. Yo creo que más bien la tengo en la mirada y en este lápiz viejo que siempre me acompaña. Y todo por querer hacer apología de mis derrumbes, por pretender eternizar mis horas vacías e inútiles. Si al menos las palabras...

luego las invencibles croquetas. Decrepitud general. Detrás cortinas pobres y mucho silencio. Justa melodía para un 21 de diciembre de 1993. ¿Qué sabremos nosotros, realmente, de colocar en su lugar estrellas y desordenes, para cambiar entonces el destino?

Hoy me he empapado tanto en este frio aguacero que te agradezco... Sólo un poco de sueño me alivia mis dolidas neuronas. Quien lo iba a decir cuando de niños nos montamos risueños en aquel tren de Casablanca y veia pasar raudo tu nombre, tierra entonces extraña.





III
Yo he tañido tanto como tú el sonido del mar de latas de tus madrugadas. No te asustes. No es que haya vuelto. Aunque tengo el deseo - inconfeso claro está- de tomar otra vez ese ómnibus llamado 26, aunque esto da igual; y retomar el cauce de mis zapatos últimos del CAME.

Hoy podría volver a gritarte, que como quien iza una bandera blanca, que te quiero, así, en plana prosa de escolar. Tus edificios y tus verdes se extrañan aquí en el Zahara.

1 comment:

wcloister said...

Este post me ha dejado mudo y melancólico, con esa vergonzosa nostalgia del emigrante.

Me ha hecho recordar muchos de esos lugares comunes, vulgares y entrañables: las tierras íntimas que ahora se han vuelto los campos elíseos del recuerdo.

Me ha recordado el comentario de unos amigos que acaban de volver de Cuba y me contaban que han visto desde el avión la costa de la isla, desde Guanabo hasta Pinar del Río. Qué de sensaciones contrarias se sienten. Cuántos lugares poblados de recuerdos casi irreconocibles vistos a vuelo de pájaro, tan ajenos y tan íntimos. Cuántos infinitesimales puntos sensibles de nostalgia.

Recuerdo ahora como yo y mis amigos dedicamos una noche a buscar en Google Earth la finca de una amiga común que vive en San Agustín, y recuerdo cuántas nostalgias amargas y felices nos trajo ir descubriendo en esta telaraña lineas grises manchas emborronadas las encrucijadas familiares, las perdidas callejuelas ocultas bajo los árboles, las sucias avenidas de sol y hollín.

Ay, Eliseo, cuán torturante y lentamente nombras las cosas!