Friday, August 18, 2006

Alejarnos del gran todo que fuimos un día...

I
Hace quince años que ví el esplendor último de "La Moderna Poesía". Tenía una voracidad inmensa de leer, tenia que comprar algo que leer. Solo tenía dos pesos. Pero en aquel tiempo alcanzaba para comprar lo mismo un tomo del Manual de Máquinas Rotatorias de Ivanov, que los comentarios sobre cine y TV de Soledad Cruz.



No, no es nostalgia esta vez; sólo fábula.

Entré y recorrí los estantes con la fé de hallar algo bueno; la misma del ciego que todo los días va al mismo banco a pedir el mismo milagro de ver, milagro imposible no sólo por lo obvio y materialista – cuestión de conos, bastoncillos y nervios– sino por lo metafísico: aún ciego, sabe ya encontrar su banco.

Llegué a un estante y vi alrededor de diez o doce plaquetts de Martín Sorescu, Alejandra Pizarnik, Adller y todas esas gentes que sabe dios si . Empecé a escoger con entusiasmo, pero sin considerar para nada mis dos amarillentas monedas. Los precios me acechaban. Mire una niña con la madre jugando con un billete de diez pesos y descubrí que solo podía llevarme dos.

Un peso cada uno. Empece a meter los plaquetts uno dentr.o de otro... Pagaría sólo dos.

Soliloquio: ¿Y si la cajera se da cuenta?.
Mi ángel malo: ¡Elimina la página con el nombre y la presentación!. ¡Y listo!.


II

Habia una vez que yo tenía la mente limpia de surrealismo, expresionismo y esas cosas – todo eso lo aprendí vía Los Libros. Las manchas inciertas de la humedad, unidas al olor agrio de la suciedad de un muro, me producían un éxtasis que de grande jamás han logrado tantas exposiciones en que he invertido mi tiempo. El oceanic feeling me visita poco.


Eran horas increíblemente adorables para mí. Miraba entretenido la lucha sorda de las cucarachas, las carcomas y los ciempiés por el dominio breve de los recovecos y grietas de aquella mole de ladrillos vetusta y polvorienta que tapiaba el acceso desde la calle de atrás de mi casa. A veces hasta el sol dejaba ver en la geografia de cuevitas un conjunto caótico de actos confusos, como ciertas horas mías de esta adultez calendarizada...




III

Pero si algo te agradeceré, Moderna Poesía, es haber conocido a Pinocho. Ahora entiendo la fábula: Pinocho primero fue árbol, luego madera y finalmente – Hada y Ballena mediante – niño ejemplar y a rayas...

Pero intuyo que sufrió de adulto una forma de añoranza sui generis: contemplaba, desde su antes nudoso y hoy incierto mundo emocional, a todos sus añorados y conocidos tormentos existenciales de tablita: quería nuevamente cobijar termitas y bichos, no poemas tormentosos e inciertos recuerdos de una calle...

Maldito ángel. Hoy no sé mientras remuevo estos papeles, si esto o aquello lo escribió Sorescu o Adller o Pizarnik, justo lo que pensé – y hasta me reía para mis adentro – que la empleada NUNCA notaría al revisar el bulto...

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