De la vida laboral II: When Tarara.
I
Hay una parte de mi que de vez en cuando mira hacia atrás. Es infatigable. Escribe en un blog, se acuesta tarde los domingos… Normalmente la otra parte que hace euros y asiste a reuniones le convence de que se quede durmiendo un poco en alguna ensoñación mientras ella –la llamada naturaleza pragmática- se encarga de ir al mercado y revisar documentos de análisis de sistemas de información. Pero cuando la otra –digamos que la bloguera- toma el timón… Cuando eso ocurre entonces el horizonte se diluye en algo que me gusta llamar en voz baja, como quién invoca a una entidad: Los Estratos.
Empecé a darme cuenta del fenómeno de la fragmentación constante a la que sometía mi vida en 1986. Iba a pasar el Cometa Halley. Durante meses y meses estuve haciendo experimentos con un mecano de óptica alemán (del que sólo queda un mini telescopio durmiendo el sueño de las cosas olvidadas) para obtener un ilusorio aumento de x30.
Cada x implicaba leer un poco más, dormir un poco menos. Mucho Volkenstein tomo I, los Física Recreativa de Jacob Perelmann (aún los conservo como una reliquia de una edad luminosa) y alguna que otra cosa que lograba entender en los libros de Óptica Avanzada que mi papá me compró en una de esas tiendecillas llamadas “polillas” y que sé que más de uno de los que se llega por aquí suspirará de recordar. Me veía en la Lomonosov con un título de Astrónomo y muchos pinos de fondo, recreación cursi de una foto de mi vecino de los bajos allá en el Guiteras. Ya lo decían Gema y Pavel: los rincones son trampas del tiempo.
II
Tenía la cabeza llena de ideas sobre refracción, dioptrías, complots para conseguir aceite de ¡castor! y poder lograr la lente sin aberraciones cromáticas… Estaba en una sensación oceánica con la matemática y la física, que muchos años después cuando vi alguno que otro de mis compañeros de carrera echar una risilla ante la historia que contaba una muchacha sobre los alquimistas (se estaba leyendo “El Retorno de los Brujos”, 18 años son 18 años) no pude menos que estremecerme.
Al final tuve un telescopio. Era como aquellas motos de Easy Rider: anómalo a la vista, grato a mi corazón. Mi corazón de nerd en 1986.
El tiempo, mientras tanto, en lo suyo. El día de máximo acercamiento del cometa venía lentamente. El maloliente calendario, arrancado de una última página de un Juventud Rebelde, se volvió polvo casi de tanto escrutinio. El 11 de junio de 1986 parecía tan lejano como el 2000. Aquel 2000.
Recuerdo que leía las escasos notas sobre el tema con una tremenda alegría. En una desaparecida “Juventud Técnica”, a todo color, me llegaban los ecos de las naves Vega I y II de los soviéticos. También estaban ahí la Giotto, la Sakigake, un shuttle americano que ahora no recuerdo cual fue. Y por supuesto, la MIR, autentico paradigma en aquella época.
Estación MIR
Mir Saliendo de Orbita
Pero no pude ver el Halley.
El día en cuestión llovió a cantaros y las nubes dieron buena cuenta de la ilusión. Años mar tarde descubrí que no había sido el único, pero eso es otra historia. En aquel momento estaba llegando el fin del estrato “astrónomo” Mi amigo de entonces, Hubert se llamaba y por más señas otro nerd hasta la cascarita, me dejo ver el panorama a la perfección: antes había sido así, exhaustivo, el ajedrez. Omar, me dijo, lo nuestro es siempre aprender algo que nos quite el sueño.
Semanas después estrenábamos la Química Pura con la sapiencia de Alpha Rosa y su rara nomenclatura donde el agua era todavía OH2. Íbamos en una guagua hacía Tarara absortos en aquellas maravillas mientras la guagua entera chipiachiaba Wake me up de George Maikel. Nota mental de la época: tengo que buscarme un mecano de química…
III
Ya bien metido en la informática -y perdiendo la secuencia en este blog- me dediqué a las intranets corporativas. Vi mucho en muy poco tiempo. Conocí en uno de aquellos eventos llamados “De Inteligencia Empresarial” que se hacían en el Hotel Nacional con unas mesas suecas verdaderamente espectaculares (al menos en los inicios) unas muchachas muy amables de un lugar llamado CEINPET que pertenecía a CUPET (no se hoy día ya) y quedamos en hacerles una presentación sobre lo que hacíamos en SOFTCAL (EPD)
La presentación al final fue en el CEINPET. Nos recibieron los informáticos, no las amables muchachas de la mesa sueca. Eso lo cambiaba todo. A los que estamos en este giro nos encantaba allá en Cuba estar en ese anglosajón lugar llamado “the cutting edge”. Tenían que demostrarnos que eran buenos, eso lo veía venir; lo que aun no el “como”. Y nosotros, también.
Al llegar allí bajamos a una sala en que habían paredes oscuras y un inmenso cañón de luz enigmático y negro, pero hechizante para todos los que aun no estábamos iniciados.
Terminando la presentación, no pude resistir y el estrato de la óptica se apoderó de mí: ¿qué es eso? Nuestro anfitrión nos explicó como aquel equipo permitía simular terrenos para ayudar a buscar petróleo. Pero que era algo esotérico y que ahí el no llegaba. No lo pude ver en acción.
IV
Leyendo hoy en Internet cosas sueltas, me he enterado que han descubierto petróleo cerca de Tarara. Leí la palabra y vi una secuencia tan grande de imágenes, olores y sonidos…
Tarara. Tarara del funicular, la playa, las velas de armas con los amigos la noche antes de partir. Tarara de aprender a bailar, de la primera novia, el pan con pasta y la escapada al Megano ya en aquella última vez de 9no. La Tarara del librito aquel que daban cuando fui en primero, lleno de fotos y dibujitos de pioneros con pañoletas azuliblancas…
En mi mente todo lleno de unas enormes moléculas largas y fastidiosamente inmemorizables para muchos. Serpientes negras por doquier. ¡Los alquitranes y los bencenos se conjuran contra Tarara, como aquellos tubos negros del blog de Aurora!
Y yo que no tengo ahora un telescopio ni una MIR para echarle, desde aquí, una miradita…
5 comments:
No hay compasión en este blog, solo crueldad! No se puede visitar sin que se le encoja a uno el alma. Con qué despiadada destreza el autor va evocando recuerdos entrañables. Con qué zaña casi sádica!
Vade Retro Omar!
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Al estilo de Nemesia:
Ay, mi mecano de óptica, prima dona de mis juguetes, con sus railes grises y sus soportes negros gracias a los cuales descubrí, asombrado, la cámara de huequito de alfiler; con su microscopio tan inexacto pero apasionante, donde, mientras Omar trataba de ver la estela del cometa con el lente de color ...(ayúdame musa de la memoria) ... rojo, yo trataba de magnificar (frustradamente) una gotica de mi sangre con el lente de color azul.
Ay, mi libro de Física Recreativa (yo tenía solamente el tomo 1) rescatado del compartimiento de jabones del chiforrover (chipiachi de chiffarobe) de mi casa, con su capítulo dedicado a las burbujas de jabón, su capítulo dedicado a la Ley de Arquímedes, su capítulo dedicado al Movil Perpetuo (temas que aun hoy no hay nadie con quién conversar), culpables de mi entrada a La Lenin for Física!
Ay, mi Volkenstein (pronunciar como se escribe) forrado con papel y nylon por mi madre, tan personal como el cepillo de dientes y el peine, que me acompañaba por los pasillos de La Lenin como la Biblia a un fanático religioso!
Ay, mi polilla secreta Cuba Técnica, cita en H y 25, con su olor a humedad, a papel encerado, a universo secreto; donde pasé tantas tardes urgando en tomos y folios de sabiduría arcana; donde compré mi Volkenstein, El Señor de Las Moscas y otros tantos libros ripiosos, enigmáticos y atesorados; con su colección de revistas National Geographic y sus enciclopedias de arte universal que supuestamente iba a comprar tomo a tomo con mis ahorros!
Ay, tantas memorias, agujereadas por las metralletas del esbirro tiempo.
Pero Nemesia no llora!
...O sí...
La librería de I y 25 (no H) es Cuba Científica (no Técnica). No había demasiada ciencia ahí, aunque sí muchas otras cosas. Le agradezco, comprado en los viejos buenos tiempos, los cuentos completos de Saki en inglés, que no pude leer hasta muuuuchos años después y que me costaron 8 pesos, que entonces me pareció una fortuna. Le agradezco otras cosas, un libro sobre la escuela escéptica, sobre la que no se encuentra nunca mucho, ensayos de Bertrand Russell, los cuentos de Hasek (sólo 5 pesos en un momento en que se pagaban fortunas por los libros, pero como es un autor checo...), la Decadencia de Occidente, 3 de los cuatro tomos de El hombre sin atributos, de Musil, que me costaron 400 pesos (20 dólares), una minucia comparado con el precio en España, donde el tomo que faltaba me costó tanto como los otros tres juntos, y otros tantos libros que aún adornan mi biblioteca en La Habana.
Es una librería con excelentes libros, mucho que mejor que la de 25 y O (Centenario del Apóstol), la pena es que el chico que la lleva (ahora no recuerdo su nombre, o sí, Tony creo) sabe de literatura y pone los precios acorde con el valor real del libro. Una pena.
Respecto a Tarará, prefiero no hablar. Yo la llamaba el Presidio Modelo. Haber pasado un curso de "capacitación" ahí para ser un mejor dirigente cuando estaba en 5to grado durante una semana de receso escolar no mejora las cosas.
Ah, la adorable imprecisión de los recuerdos!
Gracias, Gabriel, por la corrección, no sea que vaya a La Habana y me quede muy confundido, mirando a la esquina de H y 25, y pensando que todo ocurrió sólo en mi imaginación : )
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