Thursday, December 21, 2006

The Fall of Palace of Exile


I
Estaba lloviendo desde la mañana anterior. Sin interrupciones. Un abril raro de tanto frío hacia que las ramas vacías de mangos rasparan en el techo llenando la casa de ruidos sordos y escurridizos. La perra dormía en mi cama y yo preparaba un café con los restos de un donativo de Silvia.

R y Silvia dormían. Una vez más, yo había estado acostándome tarde. Leyendo.

En mi cabeza resonaban frases de Joyce, aquel monólogo de Molly Bloom en Ulises se mezclaba con mis propias preocupaciones: "his heart was going like mad and yes I said yes I will Yes." y me volvían los recuerdos de una tarde en que por ciertos parques de la Víbora tenía lugar una de las despedidas más jodidas que recuerde...

Se me diluyeron los contornos del tiempo.

Era el Parque Córdoba en 1991 un lugar oscurísimo donde la gente esperaba la 130 (RIP) Atrás de la cerca y sentados en los columpios, unos rockers se burlaban de una muchacha que decía que le gustaba Al Steward y le cantaban una parodia chillona de "Year of The Cat" Mara y yo nos reíamos y nos quedábamos serios. La realidad a los 18 años es un semáforo.



Mara: ¿Omar, y si nos damos un último día a lo "Ulyses"? Empezamos por este parque y terminamos en el. Vamos a recorrer toda la ciudad que podamos.

No Mara, mañana tengo prueba de Cálculo. Y nunca fue.

En aquella mañana otra del 2000, entre los olores del café malísimo, me volvió la idea: Día Joyceano para hoy. Y me tomé el café; amargo, muy amargo.


II

Empezamos en la parada de la 29, comiendo unas cuñas de pie de queso bien horrible, y fuimos bajando lentamente. Una especie de "como gasto papeles recordándote..." pero dando risas en vez de canciones. Todo el barrio de "El Roble". Luego el Chivas. Los flamboyanes empezaban a llenar de vainas secas las cuarteadas aceras. Empezamos a tocar las improvisadas maracas mientras cruzábamos por Regla y llegábamos finalmente a la Lanchita de Regla.

Y la remontada eterna de la calle Olimpo, que nunca faltaba. Al llegar a la Moderna Poesía se nos unió Maria Mantilla II –una versión más tolerable de la otra, amiga esta inseparable de Silvia, no había remedio- que venía un poco de galas nadahaguianas para la ocasión. Nos desperdigamos por las calles y las horas se fueron entre infinitos chistes sobre la Coca-Cola-Del-Olvido. Maria Mantilla II me regaló un grillito hecho de una penca de guano que traía en el sempiterno bolso y entre todos le compramos a Silvia una edición de “La Ciudad de la Columnas” que abrazó emocionada con una mezcla de nadahago y mujer que la acompañará per seculum seculorum.

En la Plaza de Armas, en pleno arrebato nadahaguiano, nos cantó María Mantilla II el himno de la Universidad de la Habana –nunca en mi vida lo había oído- y las risotadas de la gente que vendía, jineteaba, mendigaba o simplemente pasaba por ahí le daba un carácter de pecera a la realidad nuestra, raro atolón en medio del sol.

No me quedé detrás. Cuando vimos a “los zanqueros”, por aquel entonces de estreno en la Habana, decidí bailar como en mis tiempos de “el disco”. Maria Mantilla II se declaró incapaz del baile, “pero cuando lleguemos a la Biblioteca Nacional verás lo que es un Ave María!”

Bajamos las escaleras a la cafetería con tremendo tropelaje y luego de darle tremenda charla a la portera –ahora había que presentar un carné para entrar a la Biblioteca que R no tenía- para comernos unos Proustianos panes con pasta de 60 centavos que Silvia miraba ahora riéndose al confesar cuantas veces quiso comerlos mientras bajaba sus infusiones de cáscara de naranja.

María Mantilla II cumplió su promesa. Nos botaron de la fonoteca. "La ciudad se derrumba y yo cantando..." me venía una y otra vez mientras esperábamos la lancha de Casablanca. El sol se ponía en la bahía y entre el olor del petróleo en el agua yo miraba las imaginarías esponjas que siempre estaban cuando yo era niño entre los antiguos pilotes del desembarcadero de Regla. La mujer que cacheaba los bolsos me sacó de mi ensoñación cuando Silvia le dijo que eso no era un arma blanca, sino una pequeña daga elfa llamada Armathotsil.

III
Pero luego los pedazos de la alegría de Silvia cayeron como meteoritos sobre el Palacio del Exilio… Antes de irse dejo caer un día su enorme colección de casetes “Crown” de música New Age y toneladas de tacitas de té. “¡qué yo vuelvo a buscarlas caballero!”

A los pocos meses la perra se cayó del techo y tiempo después murió. R dejó la medicina en una estruendosa transición que le llevó a ser productor de espectáculos. Mis dólares se fueron con mi salto al mundo de la informática. Mantilla II se quedó sin trabajo y salió embarazada. La cosa no fue bien, estaba muy mal alimentada y perdió ese hijo y todos los por venir. Cansada de la vida nadahaguiana, se casó con un italiano que conoció en un Festival de Cine.

Una noche subimos al techo y en una rara hoguera ardieron poemas de R, dibujitos élficos o “runas” de Silvia. Unidos a ellos los cuños de médico de R. Y también mis dos libros de anotaciones de una “novela de periodo especial” que Silvia había llenado de ilustraciones. El cartón llenó de humo la noche. A mi el humo me pica en los ojos.

Y también R se fue en otro avión... Volví a casa.

Y yo… Pues a cada rato pienso en la daga Armathotsil, que aún debe estar cogiendo polvo entre las ramas de la mata de mango donde Silvia la clavó, totalmente borracha y sollozante aquella última noche en Cuba. Si, en las azoteas de Guanabacoa resonó un “cojoneeeeeeessssssssssssssssssss“ mientras Silvia asestaba el golpe. Nada elfico, por cierto.

5 comments:

wcloister said...

Muy bello y muy triste.

Que triste que la grieta de la diáspora termine por resquebrajar y destruir los muros de nuestros Palacios del Exilio. Creo que todos vivimos algo así.

Pero que triste también que Maria Mantilla II no haya podido tener hijos nunca más. Es cierto que puede ser cómico, risible, hasta criticable que abusara de su salud con comidas nadahaguicas. Pero era su manera de soñar, su manera de traspasar la gris realidad en que todos vivíamos imbuidos en La Ciudad.

No puedo dejar de pensar en lo triste que debe haber sido para ella.

Soñar es muy caro. Se paga con despertares.

Kubalgie said...

leerte hace mi guardia un poco más soportable.
saludos

Anonymous said...

¿De verdad quemaste esos apuntes? Pero en otro lugar los habrás escrito, tatuados en todo tu cuerpo, sino, ¿cómo te ibas a acordar?
Mónica

waxaxo said...

el humo me pica en los ojos

Isaeta said...

Sí. En la misma ciudad y con la misma gente....