Wednesday, February 20, 2008

La vocación para el eterno retorno III
(Requiem a la I triple E)


I
Los laboratorios de alto voltaje del CIPEL tenían el olor penetrante del aceite de transformadores. El trueno y el relámpago eran allí dueños y señores absolutos de aquellas tardes infinitas de Cálculo. Tu libro de Frank Ayres descansaba a menudo sobre mi tomo I del Kudriavtsev.

Ambos inútiles.

Nos dedicábamos en cuerpo y alma a todo menos la integral triple.

Con que precarios materiales fabricamos nuestro más amado pasado dear Since: croquetas incomibles, guaguas que no pasaban, libros que se deshojaban, tardes de pasar hambre en una mesa de dibujo, frialdades de mañanas de octubre y noviembre, inaudibles LPs de música clásica de la José Martí… Y los mejores entre los mejores de los atardeceres todos.

Dejé de oír Radio Martí y las canciones fresonas, carrozas y frívolas de Steve Winwood para hacer inmersión total en las nostálgicas notas de Satie, Ravel y alguna que otra cosa de Queensryche que se nos colaba.




II
Y entonces la fiebre… Y el sudor, y las tremendas ansias del redentor timbre del sexto turno.

Las caminatas-peregrinaciones se sucedían en cuanto parque tenía la Habana en aquellas altas calles de Santo Suárez, la Víbora y Luyano. Como desarrapados druidas –recuerdo aquí nuestras mochilas camouflage- amamos la Rama Dorada que nacía en ciertos anocheceres en la esquina a D´Strampes del Parque de los Parques.





III
Y por supuesto, llegó un suspenso en Cálculo. Y madres y padres preocupados con vocación de Capuletos y Montescos. Y huecos en mis mejillas de no comer. Ah, narizoncita, y que decir de aquellas poesías tuyas llenas de vocación mística y de un repentino crucifijo en mi pecho. O de las novelas de Van Der Mersch o los colores raros de un libro de Stefan Sweig en la librería que tú y yo sabemos. ¿Cómo hacer visibles a los demás el Paraíso de nosotros dos pobres adolescentes que caducaban en rumbo a las prisiones todas de la adultez y la rutina? ¿Cómo contarle a nuestra generación de padres que miraban caerse Muros de Berlín o cantaban entusiasmados el “Ya viene llegando” de Willy Chirino que la Vida –con mayúscula- eran aquellas confesiones a la luz de los últimos faros de mercurio de la calle Acosta?
Peor: como decirles que eso no ha cambiado...

O simplemente que aquellas noches no se irán nunca.

Y que este “smaran” infinito que me acompañará siempre como una segunda piel...

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