Tuesday, August 12, 2008

And if you must, go to work - tomorrow
Well, if I were you I really wouldn't bother
For there are brighter sides to life
And I should know, because I've seen them
But not often ...

Morrisey


Unos 25 años después: "Cuentos de la Selva"


I
Por la mañana voy riendo -a veces- pensando en mi musaraña favorita. Sólo a veces, es verdad.

También pienso en otras cosas. Es muy propio de mí encontrarme con una idea ponzoñosa y jodida que me agarra cuando voy así tan despreocupado en una guagua por Madrid a las 8:30 AM. Una idea blanduzca y arrollada en si misma, como aquella yararacusú del cuento “A la deriva

Una idea que puede ser un recuerdo de alguien que ya no veré; o que de pronto aquel hombre se parece con su yeso a mi padre atribulado con un periódico en una parada cualquiera o simplemente el recuerdo de mi hija allá en su cama a esa hora durmiendo.

Bueno. Me salva la musaraña.

Río.

De todos modos esta bien la sensación de las patitas de la musaraña…


II
Hoy, sin embargo, levanto la vista y veo frente a mi al hombre mas triste que he visto en mucho tiempo. Y mira que los hay aquí por cientos, por miles…

Me es difícil dar ese premio.

No hay nada en él que llame la atención en especial. Tiene un pelo medio corto y que empieza a mostrar las primeras canas. Y una corbata fea como sólo puede serlo una corbata.

Mira por la ventana, como yo mismo tantas veces; con ese tedio propio de ir a un trabajo de factotum, uno que no quieres ir pero tampoco puedes dejar. Cash or charge y todo lo que aplasta.
Algo me dice que en su vida no hay ni una sola musaraña. Ni una.

Pero lo miro asombrado: lleva en sus manos una amarillenta edición del libro de Quiroga.

Mi curiosidad se cambia en tristeza cuando compruebo que a ratos lee, justamente, el fatídico cuento.


III
(…)
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

(…)

IV
Tal vez oír The Smiths a esa hora tampoco sea muy buena idea. La musaraña podría espantarse con esos versos de Morrisey sobre besos bajo puentes de hierro y cosas que no vuelven.

Dios mío, ¿por que dejamos que nos llenen la cabeza de mil cosas inútiles, amargas? La musaraña esa con sus ojos preciosos y su tersa piel me ha demostrado de sobra que es frágil y sensible a estas cosas; así que no me extraño verle salir disparada. Saltó hacia algún árbol de la Avenida Castellana; huyendo de ponzoñas, puentes de hierro y sobre todo miradas como la de aquel hombre emponzoñado por sabe dios que serpientes del alma.

Miré mis manos. Yo ya no estoy triste, ni envenenado; mucho menos quiero andar a la deriva. Y esos pensamientos... Pero por ahí están las yararacusú; siempre a la espera. Así que miro a los árboles buscando mi musaraña, le dedico una sonrisa con la esperanza de que vuelva.

Dios. Cuanto horror y moraleja hay en esa historia. Ese hombre del cuento moría y sus pensamientos eran sobre un compadre con el que no se trataba ya, un ex patrón –no quiero ni pensar en la moderna versión del mío; y mientras todo aquel veneno que le acaba con las fuerzas iba entumeciéndole los músculos, la respiración y la Vida.

El horror esencial del cuento no es ya hoy para mí el morir por el dolor de la mordida de una serpiente en el camino; sino todo ese largo desvarío mientras vamos a la deriva carcomidos por el veneno. Horacio le dio un final tan trágico a su cuento…



V
(…)
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...

Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
—Un jueves...
Y cesó de respirar.

V
El hombre y yo nos bajamos en la misma parada y entramos al mismo edificio.

Planta 4 -dijo. Marque su 4 y mi 2.

Me lo imagino tecleando y le pido mentalmente que piense en los guacamayos y no en la serpiente, que cuando mire al patio de luz vea un pajaro cualquiera que le acompañe y no los amargos charts de la bolsa que hoy estan todos rojos y haciendo curvas, como la serpiente...

Miro el reloj. Son las 11 de la mañana y sigo con Morrisey cantando algo así como:

Fifteen minutes with you
Oh, I wouldn't say no
Oh, people see no worth in you
Oh, but I do.
Fifteen minutes with you
Oh, no, I wouldn't say no
Oh, people see no worth in you
I do.
Oh, I ... I do
Oh, I do
Oh, I do
Oh, I do


La sonrisa funcionó: la musaraña esta ahora en la ventana mirándome teclear...