Wednesday, August 02, 2006

El Muro de cada quién: el mio.

I
Hoy me levante pensando en los pecesitos (literalmente) y en donde conseguir una foto esplendida de un pez peleador, supremo campeón de las peceras. Quería recorrer mi infancia más profunda: esa en que Dios, los alfileres, una gomita de olor y dos caramelitos eran iguales de sagrados...

Me levanté como siempre. Al irme a tomar un café antes de entrar al trabajo, Sonia mientras ponía la taza delante me dice: ¿has visto el telediario? Tú sabes que yo no veo la TV. Deberías, me dijo con un guiño.



II
¿Donde estaba yo el día que se cayó el Muro de Berlín? Recuerdo que leía placidamente a Michael Ende y su Historia Interminable en el Bosque de la Amistad de la Lenin. Era el otoño y el lugar se volvía casi élfico. Estaba, además, enamorado.

Pero en otros lugares pasaban cosas más importantes.

Sin más ayuda que la memoria puedo reconstruir esas tardes de 1989 en que hablabamos de "la Causa 1/1989" y de ciertas cosas raras que pasaban en Hungría (¡habían abierto sus fronteras con Austria!)

Luego, al llegar a casa del pase mi padre me contaba desconcertado: "Erick Honecker ha renunciado". Era el 18 de Octubre de 1989... Pasaba algo.

Luego se vinó abajo el "Volkskammer" y tener un carnet de la UJC empezo a preocupar a muchos...


La Volkskammer desmerengada...


Luego todo fue confusión y no olvido aquella palabrita: desmerengamiento. Ya sabes de quién fue el invento...






III
Y pasó el tiempo... Los pecesitos se han desvanecido por completo. Y hoy, como hacia mucho tiempo no hacía, he oido de punta a cabo The Wall...


4 comments:

waxaxo said...

Repito: ¿vientos de cambio? ¿será?

wcloister said...

Acabo de ver "La florecita de siete colores", comentado ya en el blog de Ake, y al leer este msgnífico post de Omar, no puedo más que recordar cuantas horas de mi infancia pasé sentado en la hierba del traspatio de mi edificio, debajo del viejo pino ahora ya difunto, soñando con ser poseedor de una de estas florecitas mágicas.

La fantasía, recuerdo, más que delicia me causaba ansiedad. Y no por la desdicha de no poseer la flor mágica, sino porque pensaba que, llegado el día en que estuviera en mis manos, ya no tendría justificaciones. ¿Sabría entonces que hacer con ella, en que emplear los preciados y poderosos pétalos, o terminaría, como la niña, sepultado bajo una inútil montaña asfixiante de juguetes?

Líbrennos Dios, los alfileres, la gomita de olor y los dos caramelitos de la ligereza de decisión, ya que en el cuento hay siete pétalos, siete vidas de gato, pero acá nos toca considerar sabiamente la unicidad de la historia.

waxaxo said...

No puedo ser más claro que los tiempos que corren...
Ni más nítido ni más confuso que la actualidad...

Anonymous said...

Pero realmente esa no es la historia que querías contar...no es cierto?